Solidaridad, remedio infalible contra el racismo

La madrugada de este domingo 09 de agosto nos ha anunciado la novedad de la buena salud que goza la resistencia heroica del pueblo boliviano, expresada en las movilizaciones y los bloqueos de caminos y carreteras a todo lo largo y ancho del país. Pese a las amenazas vertidas por el ministro de Gobierno; de las intervenciones violentas de grupos paramilitares y fascistas armados y entrenados para matar; a las invocaciones hipócritas de la autoproclamada presidenta para resguardar la salud y; de la andanada mortífera de una prensa acallada, sumisa y comprada, el estado de ánimo del pueblo se mantiene inalterablemente alto.

La noche precedente, la plaza Abaroa de la ciudad de La Paz ha sido uno de los escenarios de esa resistencia. Allí, en ese barrio elegante donde se cobijan las bandas delincuenciales pertrechadas por el régimen, un puñado de jóvenes de procedencia humilde, ha puesto su granito de arena protagonizando una pacífica huelga de hambre en las puertas del Tribunal Nacional Electoral. Estos jóvenes se han solidarizado con sus hermanos indígenas originario campesinos que se encuentran en las carreteras y los pueblos del interior, porfiando por sus derechos denegados una y otra vez. Han hecho suya la demanda por elecciones libres y democráticas ¡ya!, por el derecho que tienen a la salud –negada por los negociantes de la vida– y a la educación –clausurada sin más ni más por el régimen de facto– y por el derecho a la protesta.

La ira de los racistas ha estallado. ¡¿Cómo?! ¡¿En nuestra Plaza Abaroa?! ¡¿Estos indios insolentes que quien sabe qué enfermedades nos traen?! ¡Imposible! Hay que desalojarlos inmediatamente. Entonces, han convocado a la tristemente célebre “Resistencia Juvenil Cochala” –ese grupo terrorista al que no se cansa de alabar el ministro croata– para poner orden en el lugar. Claro está, los muy valientes han llegado bien comidos y descansados, armados no sólo de petardos; amparados por las fuerzas policiales, que miran para otro lado en el momento de la intervención violenta. Han lanzado sus petardos, hiriendo a una muchacha huelguista; luego, los han conminado a abandonar el lugar o atenerse a las consecuencias.

Pero esos jóvenes solidarios se nutren del ejemplo de sus mayores, cuyos sacrificios por devolverle a la patria la soberanía hipotecada desde noviembre del año pasado, son mayúsculos y anónimos. La respuesta ha sido una sola, brotada desde el fondo de sus corazones: no vamos a abandonar nuestra huelga, pues hacerlo sería abandonar a nuestros hermanos que luchan sin tregua en todo el país. Han puesto la cara y han respondido a los matones con coraje.

Alertados por otras voces solidarias, muchos jóvenes, particularmente de la ciudad de El Alto, han sentido en su propio pellejo el agravio, y han bajado desde las laderas a la carrera, para socorrer a sus hermanos agredidos. Han llegado en el momento preciso, demostrando a estas hordas y a sus mandantes que estos actos de heroísmo y resistencia no son aisladas acciones de los “masistas pagados por Evo Morales”, como sostiene a porfía la propaganda oficial. No son “salvajes” sin alma que quieren convulsionar por puro gusto al país que combate la pandemia… Han demostrado que, de a poco, como siempre ha sucedido, la movilización popular crece en número y decisión.

Estos jóvenes han rememorado en la vigilia, a aquellas heroicas mujeres mineras que, en la década del ´70, vísperas de un año nuevo, decidieron ingresar a una huelga de hambre para demandar la libertad de sus maridos presos por la dictadura de Hugo Banzer. Que todo el mundo se les burló, porque cómo era imaginable que un puñado de ellas tumbaría al tirano mimado por el imperialismo yanqui. Que era una locura. Y han recordado aquella sabia reflexión de Domitila Chungara, la del Comité de Amas de Casa de las minas, que pensó que el enemigo principal no era el imperialismo, ni la derecha, ni los fascistas.

El enemigo principal es el miedo. Y ya está derrotado.

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