Temperaturas electorales y variables políticas

El resultado electoral es consecuencia del desorden electoral que constituyó una nueva correlación política; formalmente, está concentrado en la distribución parlamentaria por organizaciones partidarias; el gobierno emergerá del balotaje y las alianzas de gobernabilidad se darán en función de las mayorías relativas y minorías de la primera vuelta.

Esta descripción para los vencedores es la única verdad; lo que no está dentro la democracia liberal representativa no existe, jurídicamente es correcto; pero política, cultural, emotiva y simbólicamente la realidad es lo que existe en la cotidianidad social y en las subjetividades populares urbano-rurales. Éste es el dispositivo que define el termómetro del conflicto, de la política y el poder.

La variedad de derechas tuvo el voto de siempre y concentró su fortaleza en Santa Cruz. Esta crónica es reiterativa, no por el relato, sino por el resultado electoral que se repite desde 2005 sin mayores modificaciones, ni siquiera de candidatos, porque son los mismos desde las elecciones de 2002.

La variable de esta elección, sin superar su votación histórica del 40%, la derecha y extrema derecha hoy tienen cerca de dos tercios en el foro legislativo; la legitimidad de su mayoría relativa no está en su porcentaje, sino en la derrota y en la inexistente representación parlamentaria del bloque indígena campesino popular de izquierda. Sobre esta tabla legislativa se enuncia públicamente toda la parafernalia discursiva.

La validación de la mayoría electoral relativa de derechas está en la afirmación maximizada mediáticamente sobre la “conclusión del ciclo MASista” del “desplazamiento definitivo de Evo de la aspiración presidencial”; vale decir, el valor del resultado electoral no está en aplaudir los porcentajes que obtuvieron las derechas, sino en solazarse, pero como venganza contra el indio que los desplazó dos décadas del poder que siempre detentaron desde la fundación de la República.

Es una venganza racial étnica y política, porque la condena es ética, ideológica y religiosa por lo que representa lo indígena campesino como forma de vida y organización política territorializada, porque, al descalificar al Estado Plurinacional, aspiran a negar la validez histórica de la única Asamblea Constituyente presidida por una mujer campesina anticolonial de izquierda.

Esta retórica altamente ideologizada, difundida masivamente por los medios y las redes, presenta implícita y deliberadamente a las derechas como los vencedores de la historia, por el despliegue de la crisis económica y sus efectos en sectores populares, los aspirantes presidenciales se muestran con el rostro y la imagen que son los lideres únicos, viables, con una propuesta real, técnica y financieramente creíble porque tienen el respaldo de la billetera imperial del Tío Sam, el FMI.

El bloque indígena campesino popular de izquierda, sin estar presente en la Asamblea Legislativa, no está ausente de la política. La dispersión del voto en primera vuelta definió los porcentajes y lugares de toda la papeleta electoral; en el balotaje, sin anunciarlo, incidirá en el resultado poselecciones nacionales, en las subnacionales, sin tener una sigla electoral que cohesione, estarán presentes. La dispersión podría ser aún mayor sin que ello implique que haya un desplazamiento hacia las derechas.

La mayoría electoral relativa, el ascenso de las derechas al gobierno, el descenso y desaparición electoral de la sigla MAS, la presencia sin rostro parlamentario en todo el territorio nacional del bloque indígena campesino popular de izquierda abren y cierran una coyuntura dentro el ciclo largo de la “revolución democrática cultural”.

Esta coyuntura es solo de mayorías electorales relativas y parlamentarias de derecha; explícitamente son titulares del monopolio estatal, representan a sectores sociales urbano-medios y altos, tienen la bendición de la Iglesia, están arropados por los medios privados y son el rostro de receta neoliberal.

En este cuarto de siglo, lo indígena campesino popular demostró al republicanismo colonial que es proyecto estatal; por lo tanto, horizonte.

Estos tiempos son de inflexión, la respuesta de los plebeyos no está condicionada a una fórmulas o recetas de escritorio; la propuesta volverá a emerger de sus propios escenarios deliberativos, porque este tiempo infinito es el tiempo decolonial y el sujeto es lo indígena campesino como comunidad, sindicato, pueblo y nación, con identidad, historia e iniciativa política.

(*) César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda

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