Bolivia en disputa: la paradoja Paz–Lara, Evo y el voto ciudadano

Las recientes elecciones en Bolivia dejaron más preguntas que certezas. Evo Morales sigue vivo políticamente, aunque cada vez más acorralado en su bastión rural. Andrónico Rodríguez, llamado alguna vez a la renovación, se hundió entre la ambigüedad y la falta de carácter. Y, en un giro inesperado, la fórmula Rodrigo Paz–Edman Lara emergió como la nueva opción capaz de capturar el voto popular desencantado del MAS.

El tablero se movió. La gran incógnita ahora es otra: ¿qué viene después? ¿Podrán Paz y Lara gobernar con un electorado popular que exige respuestas inmediatas y un Parlamento donde deberán pactar con la derecha tradicional?

Morales alcanzó un nada despreciable 15% de apoyo, pese a juicios, acusaciones y su confinamiento en el Chapare. Su voto, firme en las áreas rurales, muestra que su legitimidad persiste. Pero su techo también quedó claro: no logra trascender hacia las ciudades.

Durante el gobierno de Arce buscó liderar movilizaciones y capitalizar la crisis económica. No pudo. Ni transportistas ni comerciantes respondieron a su llamado. El anti-evismo, en cambio, creció. Evo resiste, pero atrapado en un espacio cada vez más reducido.

Andrónico Rodríguez representaba la esperanza de un recambio dentro del MAS. Su derrota terminó mostrando lo contrario: falta de personalidad política, candidaturas mal recibidas y un discurso atrapado entre pasado y futuro.

Lo más revelador, sin embargo, es que lo popular se está moviendo. El voto que antes era sinónimo de izquierda ya no lo es. Como en los setenta, cuando los mineros votaban por Banzer, hoy lo popular también se inclina hacia opciones conservadoras o de centroderecha.

La gran sorpresa fue la dupla Paz–Lara. Lo inusual no fue solo su crecimiento, sino su base electoral: votantes ex-masistas, desencantados pero reacios a respaldar a la derecha tradicional. Encontraron en ellos una tercera opción.

Lara, de extracción popular, se convirtió en un rostro con el que mucha gente se identificó. Paz tejió alianzas en provincias y acompañó con promesas asistencialistas: bonos a jubilados, salario universal para mujeres, continuidad de políticas sociales. Eso les abrió la puerta de bastiones históricos del MAS.

Pero junto a estos elementos progresivos conviven rasgos regresivos: un fuerte conservadurismo moral, discurso religioso y un nacionalismo altisonante. En lo económico, proponen un modelo ambiguo: mantener lo social, pero con menos Estado en la economía. Su consigna —“capitalismo para todos”— esconde la paradoja de un populismo de derecha sostenido en votos populares.

El futuro de Paz y Lara dependerá de su capacidad para conciliar tensiones. En el Parlamento, su supervivencia pasará por alianzas con la derecha tradicional y el respaldo empresarial. En la calle, en cambio, su base popular exigirá el cumplimiento de promesas y políticas redistributivas.

El riesgo es evidente: si se inclinan demasiado hacia los empresarios, perderán la confianza de sus bases. Si apuestan únicamente por lo popular, quedarán aislados en el poder legislativo. La historia ofrece un paralelo con René Barrientos, quien supo combinar la herencia redistributiva de la Revolución Nacional con un giro hacia la inversión privada. La pregunta es si Paz y Lara tendrán el mismo talento político.

Las urnas también dejaron un Parlamento desconectado de la sociedad. Las ideas progresistas y redistributivas persisten en el imaginario colectivo, pero quedaron sin representación institucional. Esa brecha puede convertirse en fuente de tensiones y crisis más temprano que tarde.

Bolivia entra en una nueva etapa. Evo resiste, Andrónico se apaga y Paz–Lara cargan con la paradoja de gobernar como populistas de derecha con votos populares. Su futuro dependerá de si logran sostener el delicado equilibrio entre lo empresarial y lo popular, entre lo redistributivo y lo conservador. Si fracasan, el péndulo volverá a moverse, y lo popular —hoy inclinado hacia la derecha— buscará nuevos cauces de representación.

En este escenario, la responsabilidad del voto ciudadano es ineludible. Elegir es vivir. Asume lo que tu elección implica cuando suban los servicios básicos, cuando comunidades enteras sean despojadas de sus tierras, cuando la violencia se instale en las calles o cuando el país se remate al mejor postor. Votar no es un acto efímero: es comprometerse a defender lo que consideras justo, resistir las injusticias y aceptar con claridad cuál es tu lugar frente a la vida.

La otra gran responsabilidad recae en Evo Morales, todavía el referente más fuerte de una izquierda debilitada. En vez de sostener el proceso, eligió lo imperdonable: orientar deliberadamente su fuerza política hacia el triunfo de la derecha neoliberal. No fue un accidente: promovió el voto nulo, impulsó campañas de desprestigio en redes, alentó ataques a casas de campaña y toleró agresiones contra dirigentes de la oposición interna, mientras paradójicamente no tocó a la derecha, a la que trató como un aliado coyuntural. Resulta irónico que quien en los años noventa proclamaba que el movimiento indígena y campesino debía gobernarse a sí mismo con un instrumento político propio, hoy contribuya a despojarlo de toda representación institucional solo porque ya no está a la cabeza.

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