De Traiciones y Revoluciones
En 1965, en el mes de octubre, Laureano Machaca, aymara, fue emboscado y asesinado, su delito fue el haber iniciado un proceso de autodeterminación al interior del proceso revolucionario iniciado en 1952.
El liderazgo de Laureano Machaca, se inscribe en la columna vertebral de la resistencia a la explotación colonial iniciada por Manco Inca, allá por el año 1500. Esta resistencia anticolonial, aparentemente se había resuelto con la llegada al gobierno de Bolivia del primer presidente indígena. Se puede estar de acuerdo o no con los 14 años de gobierno del MAS-IPSP, pero, como siempre hemos sostenido los pueblos y naciones originarias, durante este proceso, han quebrado el monopolio de la acción política y este es un punto de no retorno y eso activó a los poderes económicos, sociales, institucionales, cimentados en clave colonial y ligados a los intereses geopolíticos de EEUU.
El conflicto actual refleja esa pulsación de la lucha anticolonial, el haber negado la participación electoral a los representantes de Pueblos y naciones indígenas, nucleadas en la CIDOB es una demostración fáctica de lo que sostenemos, además está la historia como testimonio de las masacres campesinas en oriente y occidente, está el racismo colonial en la dramática “hazaña” de la inculta Charcas en el año 2008.
El conflicto presente, se inscribe en esta lucha de resistencia, fuera de la forma y el discurso de “los apetitos personales de Evo Morales” instalado desde el año 2018, los actores colectivos siguen siendo aymaras y quechuas con enclaves de población urbana, que conforman lo que podemos llamar el bloque de lucha anticolonial.
Quienes son los reprimidos y encarcelados, si no quéchuas y aymaras, “indios salvajes y paganos” como señalaron los colonizadores, sus hijos y nietos que oficiaron de intelectuales republicanos y cerquita en el año 2019 fue repetida por una presidenta golpista. Ese imaginario de “indios salvajes” construido desde el racismo colonial, hoy remueve esa falsa conciencia de los enclaves blanquecinos urbanos que amasaron fortunas despojando territorios, explotando “indios” y manejando el gobierno del Estado. El limitado campo de análisis de cierto marxismo fundamentalista ha impedido una creativa complementariedad entre la lucha anticolonial y la lucha de clases, esta incomprensión ha determinado tragedias como la de Teoponte o Ñancahuazú, y en este último caso añadimos la traición como un elemento central, al igual que en la gesta de Laureano Machaca y es que la traición, esa práctica venal de los instintos humanos, motivado por cálculos personales, ha sido y es el principal motivo para frenar proyectos de liberación nacional, la inconsistencia ideológica, la lisonja aduladora, y la motivación económica, son los puntos de partida para una traición.
Felipe Quispe fue víctima de una traición y nos había prevenido que esa conducta se encontraba en el seno mismo del “proceso de cambio”, pero los intelectuales blanquitos, se ocuparon de anular al “radical indianista” que demostró su radical oposición al neoliberalismo. Nunca es tarde para aprender, por eso la presente crisis debe ser entendida en la matriz de la permanente resistencia al colonialismo como estructura estatal, sólo de esa manera superaremos las constantes traiciones y derrotas, que postergan la construcción de un Estado descolonizado.
Mientras no tengamos clara consciencia que somos parte de una contradicción anterior a la formación del capitalismo moderno como pensamiento económico social dominante, nuestra mirada a la realidad de nuestro país y el continente será limitada y sin posibilidad de ser superada.
Los momentos de crisis son momentos de intenso aprendizaje, de acumulación de fuerza social y consciencia que en un futuro próximo nos permita avanzar en transformar el Estado, no cambiar solamente el gobierno. Las elecciones permiten cambiar gobiernos, las revoluciones pueden cambiar Estados.