UNIDAD CON PRINCIPIOS, UNIDAD CON PROGRAMA

En una época marcada por el caos sistémico, la dispersión ideológica y el vaciamiento programático de la izquierda tradicional, reafirmamos que la unidad revolucionaria no es un fin retórico, sino una necesidad histórica. El destino de los pueblos no puede seguir supeditado a imágenes fabricadas por los poderes dominantes ni a proyectos reformistas que reciclan las estructuras de opresión. Nuestra opción es clara: transformar de raíz la realidad social, económica y política desde una ética revolucionaria colectiva.

Nos identificamos como herederos de una tradición de lucha que rechaza toda forma de colonialismo, capitalismo, patriarcado y racismo. Esta convicción no responde a consignas vacías, sino al compromiso real con un horizonte socialista, comunitario, justo e igualitario. La revolución no será el resultado de la espontaneidad ni de la fragmentación, sino de la construcción paciente, disciplinada y consciente de un bloque histórico popular que supere el sectarismo y las ambiciones personales.

Creemos en un internacionalismo activo, en el que los pueblos en lucha se reconozcan mutuamente, colaboren y se organicen frente a los proyectos hegemónicos. Nuestra revolución está necesariamente entrelazada con la de otros pueblos oprimidos. La solidaridad no es un gesto, es una táctica y una estrategia que fortalece cada trinchera.

La coherencia entre pensamiento y acción es nuestra guía. Rechazamos el oportunismo electoral que convierte la política en un mercado de imágenes y promesas vacías. No luchamos por un momento, luchamos por la historia. La revolución no es una coyuntura: es un proceso de construcción constante, que exige compromiso ético, formación ideológica y presencia activa en todos los espacios de disputa: barrios, sindicatos, universidades, territorios indígenas y plataformas digitales.

La transformación no puede depender solo de las urnas; debe ser forjada desde abajo, en la conciencia de los pueblos, en su organización y en su voluntad de emancipación. Por ello, concebimos la formación política como un pilar central de nuestra estrategia. Una militancia sin formación es fácilmente absorbida por las lógicas del sistema que decimos combatir.

Nos reconocemos en el legado de quienes dieron su vida por liberar a los pueblos de toda forma de opresión. Su sacrificio no es una reliquia del pasado, sino una responsabilidad presente. La historia no se honra con homenajes vacíos, sino con la continuidad de la lucha, con la construcción de una organización revolucionaria firme, disciplinada y propositiva.

Nos une la certeza de que ningún proyecto emancipador puede construirse desde la desunión. Dividir es debilitar, fragmentar es traicionar. Es por ello que apostamos a una unidad ideológica basada en principios, no en intereses. Una unidad que no diluya diferencias por conveniencia, sino que las supere en el debate franco, en la práctica colectiva y en el compromiso compartido.

Hoy, más que nunca, creemos que es posible y necesario crear un nuevo tipo de militante: ético, coherente, combativo, comprometido con el presente y proyectado hacia el futuro. Ese “hombre nuevo” del que hablaba el Che, solo puede nacer en el calor de la lucha, en la construcción colectiva y en la voluntad firme de no retroceder jamás.

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