Solidaridad: un principio que resiste entre muros
La solidaridad no es un concepto abstracto ni un gesto puntual: es una fuerza concreta que se hace cuerpo en las calles, en las pancartas, en la voz colectiva que denuncia y exige justicia. Así lo demuestra la reciente manifestación en Valparaíso en respaldo a Mauricio Hernández Norambuena, más conocido como el Comandante Ramiro, figura histórica de la lucha armada chilena y símbolo vigente de resistencia.
Decenas de personas, entre familiares, compañeras y compañeros de lucha, organizaciones sociales y defensoras de derechos humanos, se congregaron frente a la Dirección Regional de Gendarmería para exigir un trato digno y una atención médica adecuada para Hernández, cuya salud se ha visto gravemente deteriorada por años de encierro en condiciones adversas, tanto en Chile como en Brasil. A los efectos del aislamiento, la escasa exposición al sol y la falta de actividad física, se suman ahora los síntomas de un mal aún sin diagnóstico, agravados por la negligencia institucional.
Lo que se denunció en Valparaíso no fue solo la indiferencia burocrática frente al sufrimiento físico de un preso político; fue también el trato vejatorio, que según sus abogados podría constituir tortura: ruidos constantes por las noches, impedimentos para descansar, y una persistente negativa a trasladarlo a un hospital donde pueda ser debidamente atendido. Frente a este panorama, la solidaridad emerge como herramienta de lucha y como exigencia moral: no se trata únicamente de una defensa del derecho a la salud, sino también del derecho a la memoria y a la coherencia histórica.
Las intervenciones en la manifestación recordaron que Ramiro no luchó por cargos políticos ni por beneficios personales, sino por transformar un sistema que margina y empobrece. En ese sentido, su encarcelamiento prolongado, y el silencio cómplice de actores políticos que ayer lo alababan y hoy callan, es también una metáfora de la traición a los ideales de justicia social. El reclamo no fue únicamente por él, sino por todas y todos los presos políticos: por Héctor Llaitul, por el pueblo mapuche criminalizado, por quienes resisten desde los márgenes de este modelo neoliberal.
La solidaridad, entonces, no se limita al acompañamiento simbólico. Es una forma de resistencia activa, una apuesta por no dejar solas a las y los luchadores sociales, una memoria viva que interpela a gobiernos, instituciones y conciencias. Exigir el indulto para Mauricio Hernández es también exigir coherencia a quienes prometieron liberarlo cuando les convenía políticamente.
Desde aquí unimos nuestra voz, como gritaron en Valparaíso: “¡Liberar, liberar a Ramiro por luchar!”. Porque la solidaridad, cuando es verdadera, se convierte en trinchera.





