Del edificio del Congreso Nacional, símbolo colonial, a la nueva ALP

En una clara muestra de total desconocimiento y con el solo afán de seguir la línea conspirativa, de entrar en la lógica del desgaste y desprestigio de lo que haga este gobierno, la oposición legislativa no asistió a la inauguración del nuevo edificio de la Asamblea Legislativa Plurinacional, ALP, con el argumento que, esa obra, forma parte de la “política de derroche”.

La moderna infraestructura, -que se encuentra entre las calles Comercio y Ballivián de la ciudad de La Paz, detrás del actual e histórico Palacio Legislativo que data de 1582- tuvo una inversión de 509 millones de bolivianos, cuenta con una superficie de 44 mil metros cuadrados, 25 pisos, 5 pisos en sótano y 20 pisos hacia arriba; y, es una estructura sismo resistente.

La obra entregada recientemente por las autoridades nacionales empezó a construirse en 2015 y después de 116 años se renovó con una nueva infraestructura donde las organizaciones sociales e instituciones de los nueve departamentos ya no serán recibidas en la plaza Murillo o los pasillos como se venía haciendo hasta ahora.

Las futuras generaciones tendrán en la memoria colectiva, la existencia de las culturas milenarias, indígenas y campesinas ya que dentro no sólo debe ingresar el poncho, la pollera, el chicote, la pluma; sino también la ideología de la cultura de la vida y la descolonización para seguir construyendo y sacar leyes propias y no foráneas para todos los bolivianos.

El antiguo Congreso Nacional, es tan similar a aquella vieja casona del Palacio Quemado de Plaza Murillo, cuya primera infraestructura fue inaugurada en 1561 y modificada en los siglos XVI y XVII, el 29 de enero de 1810 se escribió una dramática y trágica historia: desde una celda ubicada en el segundo patio Pedro Domingo Murillo fue conducido al cadalso para ser ejecutado en la horca.

Y tras la independencia del 6 de agosto de 1825, la vieja estructura fue demolida en 1846 y en su lugar se levantó el actual Palacio de Gobierno, estrenado el 25 de marzo de 1853 por el presidente Manuel Isidoro Belzu.

Entre sus muros se escribieron los episodios más dramáticos y trascendentales de la atribulada historia boliviana. Asesinatos y traiciones, normas entreguistas, pero también leyes a favor del pueblo se promulgaron en la edificación decimonónica.

La historia del Palacio Quemado también resume la sistemática discriminación y racismo en contra de los pueblos indígenas sumidos en la más espantosa pobreza por la oligarquía y el colonialismo republicano. No obstante, esta cruel realidad comenzó a cambiar a partir de enero de 2006 cuando asumió la presidencia un indígena aymara: Evo Morales Ayma, con el respaldo de su pueblo.

El símbolo colonial, sigue abriendo un campo de debate: el rompimiento de una lógica de imposición, ya no podemos aceptar que los discursos se construyan desde la única mentalidad, por tanto, es deber conocer lo que se pretende construir, es parte del proceso de vivir en interculturalidad.

El escenario viene precedido por una arremetida neoliberal y restauradora en nuestro país, que obliga a realizar un análisis no de la coyuntura sino de una mirada estratégica, para garantizar el avance del proceso y la ruptura definitiva con ese Estado colonial.

Desconocer, ignorar o descartar la historia de la lucha anticolonial, es un insulto a la memoria histórica y colectiva de los pueblos de esta parte de América. Los opositores con su negación a asistir a los actos de inauguración, si bien están en su derecho, muestran claramente esa negación a la historia de lucha contra la colonialidad porque siguen siendo de esa casta colonial y no debe llamarnos la atención.

Un paso atrás y dos adelante, debería ser la consigna de quienes tienen en sus manos el futuro de este proceso. Si el Palacio Quemado fue la imagen fáctica del racismo colonial y republicano, la Casa Grande del Pueblo y ahora la nueva Asamblea Legislativa Plurinacional no sólo son los principales legados de gobierno de Morales y de Arce, sino que son símbolos de la soberanía e independencia de Bolivia, de la fortaleza económica de un país que decidió gobernarse sin pedir permiso a nadie.

Afirmamos una vez más que con ese hecho simbólico le estamos señalando al país, al pueblo boliviano que esa es la imagen de una Bolivia en proceso de construcción de la plurinacionalidad que se inició con la aprobación en la Asamblea Constituyente en 2009.

*Camilo Katari, es escritor e historiador potosino

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