Se vende bosque para acabar con el cambio climático

Fuente: Semanario La Época del 31 de julio de 2022

La respuesta del capitalismo al cambio climático es esencialmente inviable pues jamás pasará por el problema de raíz, un sistema no puede dispararse al pie. La respuesta es más capitalismo, con otro rostro sí, pero al final una apología más al business as usual.

La conversación ya sea académica o cotidiana sobre este tema da mucho por sentado, muchas mentiras pasan como verdades y muy poco es cuestionado. No debe sorprendernos, mantener la burbuja de este sistema hegemónico pasa por ignorar, por mantener la superficialidad en las explicaciones y brindar ilusiones de soluciones para evitar la desesperación (y acción) de las masas. El esfuerzo para mantener el discurso cuando se habla sobre los síntomas de ese quiebre metabólico que describe Marx, es no más la explicación más cercana a esa brecha que nos aleja de la naturaleza como algo esencialmente no humano. Es así que hablar sobre el grandilocuente concepto del cambio climático pasará por quizá abordar la magnitud de los efectos, las formas posibles de adecuarse y si es una conversación optimista, probablemente cuestionar si existe alguna manera de evitar ese panorama distopico del que parece que no tenemos escapatoria.

Esto descrito, en el lenguaje técnico de la política internacional se refiere, en términos generales, a la adaptación y mitigación al cambio climático. Dos pilares de las largas conversaciones y negociaciones entre países que buscan –más o menos– determinar el quién hace qué para buscar soluciones en las Conferencias de las Partes (COP).

En la última COP26 se planteó el objetivo de obtener la neutralidad en carbono en el mundo de aquí a mediados de siglo y mantener a nuestro alcance el objetivo de incremento de 1,5 °C. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) calculó que,49 países se han comprometido a oficializar el objetivo de cero emisiones, lo que representa más de la mitad de las emisiones mundiales actuales de gases de efecto invernadero (GEI).

Sin embargo, ¿qué está detrás de esa neutralidad en carbono?

Este concepto se resume en la siguiente ecuación: es igual a cero la resta de las emisiones mundiales de GEI (donde el 71% de estas es responsabilidad de 100 empresas) menos la absorción de estas en depósitos naturales (vegetación, suelo, océanos) o artificiales. En general suena bien, tiene una lógica sencilla y eso también resuena entre quienes demandan acción climática. Sin embargo, esa ecuación -que se repite como la consigna para teñir de verde empresas y gobiernos- parece pensada en el vacío, como en un experimento controlado, independiente de las realidades, complejidades y asimetrías ecológicas y sociales en la historia. No se establece un reparto ni claro, ni justo de la reducción de las emisiones de GEI por un lado, y el uso de esos sumideros de carbono, por otro.

Incluso dejando de lado la responsabilidad histórica, ¿esta neutralidad de carbono garantiza la reducción de emisiones de GEI?

En la ecuación a la que hacemos referencia vemos que no es explicita la reducción de emisiones per se, el disminuir o “cancelar” emisiones de las cuentas de cada empresa o país pasa por el trabajo de los bosques, suelos y océanos de absorber el CO2 (generalmente en el sur global) y no por la transformación del trabajo de quienes generan estos gases (en el norte global). ¿Por qué la solución más popular al cambio climático de las grandes empresas y países responsables de esta crisis no es un enunciado claro que cambie sus formas de producir?

Retomemos el primer párrafo. La solución del capitalismo no es cambiar los modos de producción, pues esto afectaría las ganancias, la acumulación de capital y claro, el orden establecido entre explotadores y explotadxs. La respuesta que permite el status quo va por incluir las funciones de los ecosistemas y sistemas de vida del planeta al sistema financiero en forma bonos o créditos de carbono.

¿Cómo funcionan? Por ejemplo, en el ámbito privado, una empresa que quiera mostrarse como carbono neutral pagaría a una institución u ONG que promueva proyectos de reducción de emisiones de CO2 (conservación de bosques) o de secuestro de carbono (plantación de árboles) hasta que sus cuentas lleguen a cero. Cada hectárea de bosque es reducida a las toneladas de CO2 que se calcula que absorbe, y posteriormente cada tonelada de CO2 absorbido es contabilizada en el sistema financiero. Un bono compra el derecho a enviar a la atmósfera una tonelada métrica de carbono.

A pesar de las numerosas incertidumbres e imprecisiones técnicas en estos cálculos, van sumando quienes entran en este “negocio”, entre capitales e inversionistas extranjeros, intermediarios y empresas.

¿Cuál es el peligro? El bosque, su riqueza y complejidad (en general con muchísimos vacíos de investigación en términos biológicos y ecológicos) queda reducido a un número para los mercados internacionales. Simplificándolo peligrosamente y amenazando la supervivencia y dignidad de las comunidades humanas que también interactúan con ellas.

Llegan con contratos en ingles inversores extranjeros a comunidades indígenas que viven en los bosques (de la mano de alguna ONG dependiendo del contexto), prometen desarrollo e ingresos económicos a cambio del control de su territorio. Este control no es descrito como tal, sino como una forma de conservación de la biodiversidad por 50 o 100 años. Algo más parecido a las concesiones típicas del entreguismo neoliberal. Bajo estos escenarios, ¿dónde quedan las luchas históricas de control sobre su territorio a las que se han enfrentado y continúan enfrentando los pueblos indígenas del continente? ¿Esta el sur enfrentando nuevas formas de colonización en nombre de combatir el cambio climático?

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