No caer en la tentación

La estrategia política para acceder al poder en el republicanismo es por la vía democrática liberal representativa (DLR) o por golpes de Estado, el paso previo es la certidumbre de ser poder.

En los tiempos posdictadura y neoliberalismo, la DLR se convirtió en el credo del sistema político, porque tenían en la alternancia el monopolio del poder, se consideraban a sí mismos Estado y sociedad democrática.

Esa democracia era el medio y el fin para preservar el poder, donde las minorías electorales se convertían en mayorías parlamentarias arrogándose el derecho de decidir sobre el soberano y designar gobiernos, eran tiempos donde la ciudadanía política era considerada usuario electoral, con capacidad solo de votar y no de elegir.

Dentro la lógica de este poder constitucionalizado se transformó la democracia el 18 de diciembre de 2005. El soberano por primera vez eligió a sus principales autoridades políticas, este hecho fundacional para la DLR dejó de ser restringida al pueblo, le quitó la facultad al parlamentario y al partido político, y le dio la facultad de decidir al soberano, democratizamos la democracia.

Pero contrariamente a estas transformaciones, las derechas sin posibilidades democráticas de acceder al gobierno se convirtieron en plataformas y grupos antidemocráticos, que utilizan la democracia no para defender derechos sino para imponer consignas y agendas, amparadas en grupos fácticos de poder que son en esencia antidemocráticos, patriarcales y empresariales, como las iglesias, medios de comunicación y otros.

Ese límite se autoimpusieron sin horizonte democrático, necesitan reconvertir su estrategia que no pasa por reiterar los libretos electorales de sus derrotas constantes, sino por derrotar a lo que ellos consideran su enemigo: lo nacional popular.

El punto de partida de esta estrategia de laboratorio es crear la idea y convertirla en sentido común de la división del bloque indígena- popular y su organización política. Impusieron las hipótesis de bloques antagónicos de disputa por el poder, cada día los medios grafican con lujo de detalles y colores la “muerte anunciada” de la división; desde adentro reaccionamos en la dimensión que desean alimentando la división con frases, consignas que validan su hipótesis, unos con más folklore que otros desafiando al destino y perdiendo el sentido histórico del proceso.

El sentido de la época no fue un programa de gobierno ni una candidatura, sino un horizonte anticolonial-antimperialista y liderazgo indígena popular, estábamos más allá de lo electoral y la administración de gobierno, ese el valor que logró transformar la democracia y al Estado, que aún hoy perdura indefinidamente.

La continuidad de la estrategia —diseñada— es el enfrentamiento, pero ya fragmentados es vernos dentro lo nacional popular como enemigos, los medios alimentarán y el obispo desde la Catedral Metropolitana de Santa Cruz, en su homilía dominical, bendecirá lo planificado por los operadores criollos del Tío Sam. Ese será el tiempo de las acusaciones mutuas que no nos devolverán el tiempo perdido y la utopía quedará subsumida a la nostalgia.

La articulación dentro del bloque indígena popular con el Instrumento y el Estado es altamente compleja, llena de tensiones permanentes, porque es en este núcleo que está concentrada la política y por lo tanto el conflicto, que nos permite autorreconocernos.

En política, parafraseando a Zavaleta, el sueño de las victorias totales es tan absurdo como la guerra y las crisis; por otro lado, es sin duda un acontecimiento interpelatorio de primer orden, estamos en el tiempo posible de ir más allá de la línea divisora que en sí misma es devastadora, o por el contrario, fundacional de una nueva arquitectura organizacional y decisional, asimilar el horizonte que se amplió cuando recuperamos la democracia y el gobierno y al mismo tiempo —las derechas— redefinieron la estrategia de derrocamiento del bloque popular y cancelar indefinidamente el proceso de cambio.

Reconocer que nos interpela nuestra crisis implica redefinir nuestra respuesta para reconstruir el tejido político de lo nacional popular, tenemos la obligación ineludible de dejar atrás las consignas y frases sensacionalistas que explotan los medios e ingresar al debate ideológico que hace tiempo no tenemos, para desnudar nuestras debilidades y reencontrarnos en este nuevo tiempo con roles diferentes a los que tuvimos años atrás, pero con el mismo horizonte que dio origen al proceso de cambio.

La crisis es la oportunidad que determina indefinidamente el presente, ese es el valor de las decisiones, tuvimos la capacidad de estar a la altura del revocatorio en agosto de 2008 y recuperar el gobierno en octubre de 2020, seguimos avanzando, derrotando al enemigo del proceso; este momento no será la excepción, tenemos que aprender de las enseñanzas del golpe de 2019.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.

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