Nuestra fe no es la del clero

El debate que nunca dejará de ser actual es sobre la Religión, las iglesias y las autoridades religiosas. El sentido común —inconscientemente— nos lleva a creer y confundir que las iglesias son una institución física terrenal —los edificios—, las autoridades de la Conferencia Episcopal Boliviana, cardenales, arzobispos, obispos, pastores son la palabra del Señor; por lo tanto, infraestructura y autoridad son la Religión en nuestra fe. Los que no van a misa, no van a la casa del Señor, los que no escuchan el sermón del padre o pastor, no escuchan la palabra del Señor.

Esta narrativa religiosa es necesaria, imprescindible y obligatoria para dotarse de la aureola espiritual y los fieles —rebaño del Señor— creamos conscientemente que nuestro Señor se manifiesta a través del sermón. Por eso que las máximas autoridades religiosas —católicas y cristianas— se arrogan el derecho de hablar a nombre de Dios y de sus fieles, su palabra es la “verdad”.

El libertador Bolívar en su mensaje desde Lima, en mayo de 1826, a los miembros (porque todos eran hombres) de la Asamblea Constituyente que elaboró y aprobó la primera Constitución, sobre la Religión expresaba: “En una Constitución Política no debe prescribirse —ordenar o decidir obligatoriamente— una profesión religiosa… ¿Podrá un Estado regir la conciencia de los súbditos, velar por el cumplimiento de las leyes religiosas, y dar el premio o el castigo, cuando los Tribunales están en el Cielo y cuando Dios es el Juez? La inquisición solamente sería capaz de reemplazarlos, en este mundo. ¿Volverá la inquisición con sus teas incendiarias?”. El Libertador era católico, pero exhortaba a los constituyentes que declaren a la República como no confesional, prediciendo visionariamente el poder que tendrían las autoridades católicas en la República, como lo tuvieron con la invasión en la Colonia. La Constitución de noviembre de 1826, promulgada por el mariscal Antonio José de Sucre, no declara a la naciente República como católica, pero cuando los hijos de la Colonia, criollos y mestizos, se hicieron del poder y los libertadores ya no eran parte de las autoridades políticas —Bolívar renunció a su condición de Presidente y Sucre fue asesinado—, en la Constitución de 1831 declararon que “la Religión Católica, Apostólica, Romana es de la República… el gobierno la protegerá y hará respetar”; constitucionalmente expresan su subordinación a Roma y con ello la importancia para el poder de la jerarquía eclesial.

La espiritualidad es parte de la subjetividad de los pueblos, el valor y la fuerza no están en función de las creencias, sino en la utilización de la “fe” que tienen las élites religiosas en las sociedades y en el Estado, por ello es importante expresar que hay visiones ideológicas dentro las religiones, la jerárquica clerical que representa la versión oficial mitificó el poder y era parte del mismo.

Kant, quien era creyente, en su obra La religión dentro de los límites de la mera razón, expone esta diferencia entre religión y clericalismo teológico/político, sentencia el actuar de la jerarquía, y expresa: Tantum religio potuit suadere malorum! (¡Cuánta maldad ha podido inspirar la religión!). Es crítico a la utilización de la fe con acento político por el clero.

No es casual que esta jerarquía, en tiempos de crisis de los gobiernos del neoliberalismo, actuaba como mediadora, no para resolver la demanda popular sino para darle oxígeno al poder.

Al escuchar las palabras del arzobispo emérito, el español Jesús Juárez, quien fue parte de ese tiempo como actor y mediador, expreso que lo que sucedió en 2019 “no fue golpe, fue fraude”, en la misma línea de la CEB, sin aportar una sola prueba que valide sus afirmaciones. Es más, denominan a la reunión en la Universidad Católica que designó a la Presidenta y al llamado que hicieron el 11 de noviembre exigiendo que salgan las FFAA, como los actos para garantizar la paz de las “hordas indígenas” que amenazaban el juramento del gobierno pacificador.

Los asesinatos y masacres de El Pedregal, Huayllani, Sacaba y Senkata no merecieron una homilía dominical que condene al gobierno, por el contrario, en la misma narrativa de los exministros Murillo y López en el Memorándum( memoria de los hechos del 2019) de la CEB, expresan que las muertes fueron “producto del enfrentamiento”, afirman su verdad celestial sin sonrojarse. El testimonio de los testigos y de los familiares que también son creyentes, que describen la forma como fueron asesinados en noviembre, no tiene valor, la advertencia que hiciera el libertador Bolívar del retorno de la inquisición o de Kant sintetizan el actuar de la nobleza clerical.

Espinal, en su militancia católica irreverente, sentencia a quienes le quitaron el espíritu rebelde: “Sabemos que el Evangelio es hiriente, pero nos lo hemos acomodado; hemos hecho de él un texto de conformismo y vulgaridad. Nos sirve para defender la propiedad y nuestros privilegios”.

César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.

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