Mauro Peña Siles (Benjo)

Se ha marchado de esta vida Mauro Peña Siles, conocido en los ámbitos militantes de resistencia a las dictaduras con el nombre de guerra Benjo. Alguna vez, preguntado si el nombre lo tomó en honor a Benjamín Coronado, el primer boliviano fallecido en la guerrilla de Ñancahuazú, o por su admiración a Benjo Cruz, respondió con esa fina ironía que lo caracterizaba: “esa información está compartimentada, compañero”.. mientras se sonreía.

Tuve el honor de conocerlo en aquellas jornadas en las que un puñado aguerrido de universitarios y universitarias se aprestaban a una huelga de hambre en defensa de la autonomía universitaria, por entonces pisoteada por la dictadura de Hugo Banzer y sus paramilitares de la Falange Socialista Boliviana. Eran tiempos bravos, en los que se exponía el ante sola sospecha de estar en la oposición a los dictámenes de los verdugos de turno. A diferencia de otros jóvenes líderes de aquella juventud valiente, Mauro no era un orador que cautivara con su palabra. Por el contrario, mantenía siempre un discreto silencio en las ardorosas discusiones que se daban entre los militantes de las diferentes tiendas políticas en las que se hallaba dividida la izquierda. Pero, cuando finalmente hablaba, los y las demás callaban y aceptaban de buen grado esa última palabra.

¿Qué hacía de Mauro un militante distinto? Con seguridad, esa rarísima consecuencia entre lo que pensaba y decía, con sus actos ejemplares. En aquella huelga de hambre, que terminó victoriosa, Mauro se mantuvo firme en la medida y, a diferencia de otros que posteriormente cruzaron los ríos de sangre para abrazar al dictador, no aceptó beber en ningún momento de los termos de boca ancha llenos de caldo… él mostraba su consecuencia con el ejemplo; por ello, siempre fue reconocido como el mejor.

Desde muy jovencito se adhirió al guevarismo. Conmovido por el asesinato a mansalva del comandante Ernesto Che Guevara, estudio su pensamiento de manera exhaustiva. Se identificó plenamente no sólo con aquel bagaje de idas en lo económico, político e ideológico, sino fundamentalmente con su consecuencia revolucionaria, que lo llevó a abandonar honores y cargos en su amada Cuba para reconocerse guerrillero por nuestra segunda y definitiva independencia. Mauro fue convencido pleno de que la Revolución no era una simple y mejor distribución de la riqueza; como el Che, abrazó con pasión la construcción del Hombre Nuevo, ese ser superior que, despojado de la enajenación propia del capitalismo, se entrega con amor a la causa de los humildes, de los desposeídos, de los confinados de la tierra. Militó en el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia (PRT-B). Asumió la tarea de construir también una organización estudiantil en Santa Cruz, el Movimiento “Tolata”, del que fue uno de sus íconos e impulsores. El nombre de la organización fue el reconocimiento a esos cientos de anónimos indios caídos bajo la metralla banzerista, lo que inició el entierro a sangre y fuego de aquel “pacto militar campesino” con el que la oligarquía confundió durante varios años a los explotados y oprimidos del campo.

Convencido de la unidad del pueblo, no vaciló en ser parte de la fundación del Movimiento al Socialismo. Entusiasta con la propuesta, intuyó que la impronta indígena campesina originaria le daba finalmente su bautizo a una Revolución que siempre la vio inconclusa, pero desde adentro. Por ello, muy pronto fue elegido para ser diputado nacional, donde destacó por su perseverancia, disciplina y lealtad.

En los últimos años, una penosa enfermedad empezó a cercar su eterna juventud. A pesar de ello, estuvo siempre allí donde se lo requería, organizando los ampliados guevaristas y participando en los eventos que los nuevos desafíos nacionales demandaban. Siempre con la palabra precisa, el gesto seguro, se disculpaba de no acudir con asiduidad a los actos de solidaridad con Cuba. Dos anécdotas suyas me marcaron: una, referida a Fidel, a quien vio en Cuba en un encuentro sobre economía. Quedó admirado de que el comandante en Jefe no se moviera ni un minuto del cónclave, escuchando durante horas a los participantes con suma atención; sin que nadie lo molestara una sola vez. Y la otra, tan profunda, que marca a Benjo en su entera dimensión, cuando nos refería con lujo de detalles su admiración por la madre del Che, aquella argentina que le inculcara a su hijo desde muy pequeño, el principio de la solidaridad y el amor entre los seres humanos.

Mauro asimiló ambas virtudes; por ello, está siempre presente.

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