Antiimperialismo total y sin atenuantes

Las federaciones de cocaleros de El Chapare han sostenido un encuentro con su presidente, el c. Evo Morales, y con candidatos regionales para las elecciones sub nacionales, con el propósito de reflexionar sobre la situación nacional y el compromiso militante con el Proceso de Cambio. Oportunidad en la que el ex ministro Juan Ramón Quintana ha pronunciado un discurso apelando a las bases a reafirmar sus convicciones antiimperialistas y a no desmayar en el enfrentamiento.

No cabe duda que la suerte de nuestros países está íntimamente asociada a la lucha contra el imperio en decadencia, que da sus manotazos de ahogado pretendiendo un mundo unipolar para imponer su hegemonía. Una hegemonía que, en síntesis, pretende conservar un orden internacional injusto, que facilita y promueve las ganancias de las grandes empresas transnacionales, verdadero poder detrás del trono en Washington.

Ha expresado la ex autoridad su crítica al tiempo del hedonismo y del individualismo, invitando a las bases masistas a promover sentimientos y acciones de solidaridad e instando a las futuras autoridades políticas sub nacionales a llenar los medios de comunicación con mensajes que politicen a las masas; que hablen de lo colectivo para enfrentar la comedida frivolidad de los medios masivos de comunicación. Y se ha referido, con vehemencia, a los movimientos sociales y a las mujeres, que deben ser escuchados y escuchadas. Contrastante apelación con la realidad, que muestra a esos movimientos sociales fuera de la consulta para la designación de sus candidatos para los comicios de marzo; organizaciones que tienen en el Pacto de Unidad la expresión nacional de su estructuración pero que, llegado el momento de la toma de decisiones, es tratado como invitado de piedra.

El antiimperialismo no es una idea abstracta; no es una preferencia o una opción de color. El antiimperialismo es el único camino que tienen nuestros pueblos para poder avanzar en su propio desarrollo y bienestar. El imperialismo busca por todos los medios someter a los pueblos del mundo para convertirlos en proveedores de materias primas baratas y en mercados consumidores de sus productos manufacturados. El imperialismo –con la premisa de dividir para reinar– es la forma de opresión que busca que nuestros pueblos y países sigan siendo dependientes de la tecnología, de los conocimientos, de la división internacional del trabajo, del alineamiento de nuestros gobiernos para enfrentarlos a sus hermanos y hermanas en el mundo entero.

Pero el imperialismo no es sólo un factor externo. Sobrevive y se reproduce gracias a la presencia de estructuras al interior del país, que le responden plenamente, en lo económico, lo político y lo social. ¿No es verdad que el vergonzoso alineamiento de nuestra política exterior durante el gobierno de la autoproclamada Jeaninne Añez con el Grupo de Lima no fue cabal cumplimiento de la orden imperial de fregar a Cuba, Venezuela y Nicaragua? ¿Acaso la decisión de entregar cuantiosos recursos públicos al sector agropecuario –que es funcional al capitalismo como proveedor de comodities– no obedece a las necesidades del imperio? ¿Es posible creer que la presencia de la DEA en el país, a pesar de su expulsión durante el gobierno de Evo Morales, no fue pactada por ministros traidores que les abrieron nuevamente las puertas solapadamente? La lucha antiimperialista demanda también la denuncia permanente y pública de quienes actúan a favor de la dominación y la dependencia.

La consecuencia del antiimperialismo veraz es el socialismo; en Bolivia, es y debe ser el socialismo comunitario, del que ahora muchos de nuestros dirigentes y teóricos se olvidan y callan. Nuestro norte estratégico debe ser la construcción de una sociedad y de un Estado Plurinacional que promueva el Vivir Bien, el respeto a la Madre Tierra, que recupere para sí las riquezas naturales y que ponga coto a la infiltración yanqui al interior del Instrumento Político; pero que construya los cimientos de una nueva sociedad superior, es decir, el socialismo.

“Nadie cede derechos en este mundo, hay que pelearlos”, ha sentenciado Quintana con justeza. No serán las élites políticas que pretenden sustituir al sujeto histórico de nuestra Revolución Democrática y Cultural, los ll´unkus que le dicen sí a todo lo que viene de arriba, los incondicionales que confunden lealtad con sumisión y condescendencia, quienes impidan que, finalmente, el pueblo asuma su propio destino y construya esa nueva sociedad, un hombre nuevo y una mujer nueva, sin intermediarios.

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