Medio Ambiente, sustentabilidad y Madre Tierra: la urgencia de (re)abrir el debate

Ya sea para defender, criticar, fortalecer o reconducir el Proceso de Cambio, es indispensable entender que el mismo es parte de una lucha más extendida en tiempo y espacio. Este es el primer artículo de un espacio de discusión, debate y propuesta para poder desenvolver algunos de los temas más controversiales, pero también más descuidados en la política boliviana: Madre Tierra, “ambiente” y sustentabilidad.

Dado que Bolivia empieza un proceso de reconstrucción de su tejido social y económico después de haber recuperado el Estado de Derecho, es razonable preguntarse ¿por qué deberíamos perder el tiempo preocupándonos por la conservación de los ecosistemas? ¿No deberíamos priorizar el bienestar de la gente después de un año tan duro para la salud de la población y la salud de su democracia? Es precisamente esa falsa dicotomía entre lo “humano” y la “naturaleza” la que ha desnudado profundas debilidades internas en el Proceso de Cambio, exponiéndolo a la amenaza de quienes luchan por desmantelarlo. Por lo tanto, desentramar la ecología política de nuestra Revolución es fundamental para asegurar su continuidad y viabilidad a largo plazo.

Cuando hay la oportunidad de cambiar la realidad de un país, el choque de diferentes visiones es inevitable. Para unos, la urgencia de metas como la eliminación de la pobreza a partir de los recursos naturales obliga a sacrificar la Madre Tierra, o por lo menos parte de ella. Para otros, creer que la Pachamama es “sagrada” hace impensable su transformación, aun con el noble propósito de mejorar la calidad de vida de la gente. Así se han conformado bandos discursivos en torno a uno u otro enfoque, con el correspondiente desgaste y fractura de posiciones respecto a cómo construir ese Vivir Bien del que todos hablamos, pero que no es tan fácil de definir.

El problema es que el debate político acerca de la temática comúnmente definida como “ambiental” ha sido muy superficial en comparación a la temática “económica”. Así, hitos de nuestra historia como la Guerra del Gas, la Guerra del Agua y el Golpe por el Litio han consolidado bandos ideológicos respecto a privatizar vs. nacionalizar los recursos; redistribuir la riqueza a los pobres vs. permitir que se concentre entre los ricos; asegurar el consumo interno vs. liberar las exportaciones, entre otros temas. En contraste, por los discursos parecería que hay un amplio consenso respecto al amor a la naturaleza y la voluntad de preservarla. Nada puede ser más falso.

Gran parte de problemas económicos, sociales y políticos de los últimos años tienen origen en conflictos de distribución ecológica, que deberían servir para librar una batalla de ideas creativa y así encontrar soluciones. Lamentablemente, problemáticas reales como la infraestructura en áreas protegidas, los transgénicos, el uso de la tierra y, más recientemente, los incendios forestales, en lugar de debatirse honestamente, fueron instrumentalizados para atacar al Proceso de Cambio. En consecuencia, el ambientalismo empezó a ser rechazado por muchos sectores como una estratagema derechista de sabotaje.

Pero, así como hay múltiples maneras de concebir el bienestar económico de la gente y prescribir medidas para asegurarlo, existen tantas o más formas de abordar la dimensión ecológica del desarrollo integral. En otras palabras, así como los economistas pueden ser de derecha o de izquierda, conservadores o progresistas, y reaccionarios o revolucionarios; exactamente lo mismo sucede con los ambientalistas y los ecologistas, aunque no sean conscientes de ello.

Esto debería preocuparnos a quienes estuvimos y estamos convencidos de que Bolivia debía cambiar para convertirse en un país justo, pero igual nos preocupa que estos cambios sean social, económica y ecológicamente sustentables. La nueva Constitución, la nacionalización de los recursos naturales, las leyes de la Madre Tierra y otras políticas importantes han sentado las bases para construir un ecologismo coherente con los principios del Estado Plurinacional; pero aún queda mucho por hacer.

Para lograr consolidar este nuevo enfoque, debemos basarnos en herramientas científicas, pero asimismo comprender sus limitaciones a la hora de ser integradas dentro de un enfoque socio-ecológico para entender la realidad. Por ejemplo, para algunos mal llamados “expertos” ambientalistas resulta cómodo usar la etiqueta “extractivista” para atacar los logros alcanzados en los últimos años desde un análisis supuestamente técnico. Pero esta forma simplista de usar una categoría compleja, no es más que un subterfugio para no afrontar las causas estructurales de la sobreexplotación de la naturaleza y para no tener que criticar al capitalismo de frente. Bolivia todavía es extractiva porque hace uso de recursos naturales no renovables, pero dejará de ser extractista cuando todos terminemos de liberarla a partir de la búsqueda de justicia social y justicia ecológica.

¿Qué tienen en común los neoliberales con los paleoambientalistas? Que al concebir a la Madre Tierra como un objeto, ya sea de explotación o de preservación, perciben la expansión de los derechos colectivos como amenaza a sus intereses. Esto sucede cuando no se termina de comprender que los seres humanos somos parte de la Madre Tierra y no podemos desacoplar la integridad de las comunidades humanas, sus sistemas de vida, con la de los ecosistemas. Así, los derechos de la Madre Tierra deben ser considerados como parte de nuestros derechos colectivos.

Por lo tanto, quienes creemos tener conciencia ecológica debemos reconocer la oportunidad que tenemos frente a nosotros. Cuando ni siquiera avizorábamos una salida a ser una república pobre, colonial y dependiente, mucho menos podíamos imaginar un horizonte sustentable para todos y todas. Pero hoy, gracias el potencial transformador del Proceso de Cambio de los últimos 14 años, podemos asumir la responsabilidad y el privilegio de idear y materializar un futuro diferente.

(* publicado en La Época)

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