Con el bozal bien asegurado
Michel Foucault, filósofo francés del siglo XX, analizó cómo el poder moderno ya no se ejerce solo mediante la represión o la fuerza física, sino a través de formas más sutiles y eficaces de control: las disciplinas.
Foucault explica que, las sociedades occidentales desarrollaron nuevas técnicas para formar sujetos «útiles y dóciles». Estas técnicas de disciplinamiento se aplican en instituciones como la escuela, el cuartel, la fábrica, el hospital o la prisión, todas en manos de ese monstruo de mil cabezas denominado Estado.
Somos sociedades disciplinadas o sometidas porque normalizamos la imposición de actitudes, de norma, que a todas luces son alteradoras de derechos fundamentales y las aceptamos como normales, así las detenciones anticonstitucionales hoy son “normales” y todos y todas con un silencio parecido a la estupidez nos ajustamos a ellas. Somos sociedad disciplinada, porque la vigilancia es la principal labor del Estado, que a través de sus dispositivos observa constantemente para controlar los comportamientos colectivos e individuales.
El antiimperialismo y anticapitalismo, como discurso vacío, nos aleja de este contexto cotidiano, mediante el cual, el poder disciplinario no se impone desde afuera, sino que actúa sobre los cuerpos y las conductas, moldeando la subjetividad desde dentro, desmantelando los mecanismos creados para la defensa de derechos y la resistencia; estas políticas de disciplinamiento, cuyo corazón es el terror, ese miedo que como fantasma se deslaza en las plazas públicas y en los callejones obscuros de la sobrevivencia. Hemos sido reducidos a pongos electorales, con la voluntad empeñada por un futuro incierto, como ocurrió en la Argentina.
Las fuerzas acumuladas luego del periodo neoliberal, se van diluyendo, entre las angustias colectivas y los deseos individuales, el yo liberal se ha impuesto al “jiwasa” andino, ¿será el triunfo definitivo de la modernidad en Bolivia? El discurso de la descolonización es una palabra desteñida y se encuentra en el fondo de las “Istallas” de dirigentes que utilizan los ponchos para esconder la vergüenza de obedecer a los q’aras que tanto han maldecido.
Los guardatojos revolucionarios de ayer hoy solamente llenan las calles para que empresarios mineros sigan engordando y envenenando la tierra y los ríos que fueron sus cunas ancestrales, los poderosos sindicatos mineros, tienen su epitafio en Caracoles, Änimas, Siete Suyos, Tasna, Siglo XX y en el cerro de Potosí.
¿Qué hemos hecho tan mal, para tener este presente? Nada más que nos hemos deslumbrado con la potencia de la fuerza social que quiso enterrar el Estado colonial y su luz cegadora no nos permitió ver los fantasmas escurridizos que se alojaron el Palacio Quemado y luego en la Casa Grande del Pueblo y desde las sombras fueron minando, como termitas, el poder popular. Confiamos en los dirigentes, en los Ministros, en los parlamentarios y todos ellos, en su gran mayoría, nos engatusaron, nos arrebataron el poder de las manos para centralizarlos en una nueva “clase política”, retornando a la estructura de la democracia liberal representativa, la participación se quedo en los tramites de las oficinas para solicitar favores y “pegas”.
Debemos ser duros con nuestra autocrítica, ya lo dijo el Comandante de América; autocritica sin concesiones, sin maquillajes, solamente de esa manera veremos los rostros de quienes pueden caminar y seguir adelante sin temores ni autoengaños.
Mientras estemos enfrascados en lograr un puesto en el parlamento, recurriendo a las más perversas triquiñuelas para lograr este objetivo personal, el Estado colonial se va fortaleciendo día a día, y en el futuro solamente seremos los alumnos disciplinados dentro de un país que demostró al mundo que es posible cambiar la historia.