No me ayude, compadre

Con inusual rapidez y eficiencia, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha procedido a conceder préstamos a, hasta ahora, once países de América Latina. Los gobiernos que han solicitado tal asistencia financiera, lo hacen en nombre de la emergencia del corona virus y la necesidad de disponer de fondos que permitan rápidamente combatir la pandemia… dizque. Todo indicaría que dicho organismo, de triste fama en la región, habría finalmente adquirido un compromiso con los pobres países que han sido viralmente castigados.

Uno de los primeros y solícitos gobiernos que ha estirado la mano ha sido la dictadura de Jeaninne Añez, Carlos Mesa y Fernando Camacho. Nuevamente, como en vergonzosas épocas que creíamos superadas, ha mostrado el muñón de país mendigo, que requiere de la urgente asistencia de la cooperación internacional. Y el FMI, benévolo como siempre con los gobiernos que le son sumisos, ha admitido sin mucho trámite la solicitud.

No ha sido la misma respuesta con los gobiernos de Venezuela y Nicaragua. Ambos gobiernos, confiados en que la buena fe primaría esta vez ante la emergencia mundial que ha despertado solidaridades impensadas y ratificado tozudeces imperiales, pensaron que dichos recursos estaban al alcance de quienes verdaderamente los necesitan. Venezuela, por ejemplo, un país castigado de manera inmisericorde por la decisión de los halcones de Washington de defenestrar al presidente Nicolás Maduro a como dé lugar, se encuentra agobiada por un cerco muy parecido al bloqueo económico que mantiene Estados Unidos sobre Cuba, desde hace siete décadas. El verdadero rostro del FMI –es decir, aquel que refleja qué intereses representa, de dónde vienen esos recursos y para qué sirven– se puso de manifiesto ante la también inmediata y oportuna negativa a ceder un solo centavo a regímenes que no son del agrado de Washington.

Pero no se trata solamente de actitudes y preferencias. Para este desprestigiado organismo, lo que prima sin duda alguna son los buenos negocios que se pueden hacer. Y vaya que la oportunidad que brinda la pandemia que azota al mundo es el río revuelto para la ganancia de estos pescadores que, de cuando en cuando, arrojan un pequeñito pez a la boca de los pobres, para alardear de supuesto espíritu caritativo. Ya empiezan a ponerse en evidencia las condiciones que pone el organismo para acceder a un dinero que no es gratuito. La memoria popular no olvida los paquetazos del goni-mesismo, de los Banzer, llunku Cárdenas y Paz Zamora, de los Doria Medina y demás neoliberales, que no vacilaron en acatar la orden de devaluación e incremento del precio de carburantes, para dar seguridades al famoso FMI que, apretando el cinturón de los pobres, tendrían los recursos para pagar los onerosos préstamos.

Bolivia está en grave peligro de hipotecar su economía, laboriosamente construida durante catorce años de ahorro gracias a la recuperación de sus recursos naturales y la nacionalización de sus empresas. El FMI, no en vano, ha presionado para nombrar en cargos de decisión de empresas estratégicas como YPFB, a ex ejecutivos de las transnacionales del petróleo. Muy pronto, alegarán que varias empresas estratégicas –el teleférico está en la mira– se encuentran en ruinas “culpa de la gestión masista” y que no queda otra que entregarlo a las siempre eficientes manos privadas, que acabarán con el despilfarro y las tornarán “rentables y eficientes”. Viejo y conocido lenguaje que la mayoría nacional ya no se traga. Han puesto sus ojos en el litio boliviano y potosino, con la avidez de saberse dueños de este mineral estratégico; no en vano, ha sido la codicia por el salar de Uyuni lo que apresuró al imperialismo yanqui y sus escuálidas “pititas” a dar el zarpazo de noviembre.

A esta dictadura, que de transitoria no quiere saber nada y que pretende perpetuarse en el poder el tiempo suficiente para desmantelar al Estado Plurinacional de Bolivia para revertirlo en la vieja y mendiga república, hay que combatirla sin tregua. Hay que hacerle saber a cada momento que no queremos “ayudas” mal intencionadas, ni del FMI ni de otras instancias imperiales, que jamás dieron solución a nuestros problemas.

Las crecientes movilizaciones populares que no se tragan el anzuelo, deben multiplicarse en forma y cantidad, volverse creativas, desarrollar acciones de permanente concientización de los peligros que asechan a nuestros pueblos. La exigencia de ¡elecciones ya! debe resonar constantemente, para fortalecer la lucha popular y demostrar al mundo que Bolivia no se vende ni se alquila.

¡Jallalla la resistencia!

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