Crónica de una guerra anunciada

En EEUU, existe una tradición que afecta a muchos países del mundo, esa tradición es promover guerras basados en mentiras que configuren “un daño a EEUU y la democracia”. Hemos sido testigos de las guerras de Corea, Viet Nam, Irak, Afganistán, invasión a Granada, etc. ¿Cómo funciona esta tradición estratégica?

Uno de los puntos de apoyo para que funciones esta “tradición” es la mentira o los “falsos positivos” posicionados en “oídos receptivos”, entonces tenemos columnas fundamentales para que la “tradición” funcione: formar los oídos receptivos y fabricar la mentira oportuna.

El golpe del año 2019, es el resultado de la aplicación de esta “tradición” imperialista en Bolivia; la mentira se llamó “fraude” y los oídos receptivos estaban centrados en tres sectores de la sociedad, iglesias evangélicas contrarias a la llamada “religiosidad andina” una de sus conocidas feligreses luego sería ungida como presidente del Estado Plurinacional.

En segundo lugar, los sectores racistas de vieja data en Bolivia, alimentada con la “supremacía blanca migrante” en el oriente producto de las expulsiones de la Primera, segunda guerra mundial y la guerra en los Balcanes y en tercer lugar todas las corrientes políticas desplazadas del escenario electoral por el MAS.

Esa estructura de poder, montada desde el año 2008, no ha sido, ni identificada y peor desmontada por el gobierno democrático de Luis Arce, por el contrario, ha promocionado su consolidación con las concesiones a ese grupo de poder.

Hoy día Bolivia se encuentra en medio de un nuevo experimento de quiebre democrático constitucional, porque, desde fuera del mismo sistema `político se impone al gobierno corregir sus decisiones amparadas por la Constitución Política del Estado. En este escenario debemos realizar un punteo de las acciones gubernamentales.

Primero el gobierno ha perdido el rumbo del “proceso de cambio” es decir de la continuidad de transformaciones en la estructura socioeconómica de Bolivia. Su concentración puntual en el campo económico, ha hecho que se descuide el campo político, siempre frágil en Bolivia.

Segundo, la especialidad del presidente boliviano -economista- no le ha permitido conformar un equipo político que se ocupe del tratamiento de este campo, muy importante, después del 2019.

Tercero, la ausencia de una sincronía entre gobierno-Instrumento político-organizaciones sociales, ha debilitado el impulso generado en la reconquista de la democracia en el año 2020.

Cuarto, las organizaciones sociales, han perdido la capacidad de generar cuadros políticos, debido a que sus bases juveniles fueron subsumidos por la burocracia estatal.

Quinto, las clases medias y populares pertenecientes a iglesias evangélicas/cristiana, con un profundo pensamiento racista han logrado que personajes conocidos en la política nacional, por actos de corrupción y aprovechamiento de las denominadas “organizaciones cívicas” para su promoción personal, sean electos como autoridades en ciudades importantes del país, por supuesto que estos personajes también contaron con el apoyo de los resabios de partidos políticos neoliberales.

Sexto las instituciones como la policía y las FFAA, no han sido depuradas. Especialmente de las que tienen mentalidad racista y proclive a la corrupción.

Con estos puntos, que son algunos que consideramos importantes en la compleja política boliviana, podemos afirmar que están dadas las condiciones para que en este u otro momento una nueva aventura golpista sea consumada.

La ausencia de un liderazgo político estimula las acciones violentas, racistas, inconstitucionales que condicionan la actitud ciudadana hacia un repliegue y abstracción de la dinámica política, contribuyendo a una inestabilidad que ya es una constante en Bolivia desde el año 2016.

*Camilo Katari, es escritor e historiador potosino

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