Preocupantes señales de impunidad

La impunidad es el permiso escrito para la comisión de cualquier delito. Si ésta, como señal, se la lanza a través del mundo, aquellos que por encargo se dedican a matar, sentirán que su “profesión” es tan noble como las acciones de la Madre Teresa. Creerán y se auto convencerán de que los perpetran en nombre de ideales y en la lucha “por la democracia”, puesto que, por todos los confines de nuestro planeta, las masacres y asesinatos de inocentes, siempre se realizan en defensa de un mundo que dice ser libre. Es más aún, en esta siempre hipócrita alquimia de las palabras, los asesinos a sueldo han dejado de llamarse mercenarios, es decir, personas que por estipendio sirven en la guerra a un poder extranjero, para ser ahora considerados “contratistas”…

Acaba de ocurrir lo execrable en Estados Unidos. Vísperas de marcharse con más pena que gloria de la Presidencia de ese país, con pataleos de última hora incluidos, don Donald Trump ha indultado a mercenarios norteamericanos que no combatían a otras tropas, sino que se dedicaron en Irak al asesinato de indefensos ciudadanos, entre ellos, mujeres y niños. A mansalva, a manera de entrenar la puntería; con la convicción de que aquellos seres que caían bajo las balas arteramente disparadas, no tenían familia, no tenían sentimientos, no tenían un futuro del que alegrarse, no tenían aspiraciones de vivir en libertad y disfrutar de la felicidad… en suma, no tenían derecho a la vida.

Los mercenarios, condenados por los mismísimos tribunales norteamericanos dada la magnitud de los crímenes cometidos, debían purgar entre 30 años y cadenas a perpetuidad, en cárceles de Estados Unidos. Varios de ellos, ya con condena, celebrarán esta navidad con sus seres queridos, como si hubieran matado pollos y no personas. Como pocas veces, en esta oportunidad la ONU se ha manifestado preocupada; según comunicado dado a conocer por Marta Hurtado, portavoz de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que afirma que “Perdonarlos contribuye a la impunidad y tiene el efecto de alentar a otros a cometer crímenes así en el futuro”.

Más allá de las afinidades políticas –o tal vez, precisamente a raíz de ellas–, una de las primeras medidas adoptadas por la dictadura de la autoproclamada Jeaninne Añez fue indultar sin más trámite a quienes cometieron masacres en nuestro país, en nombre de la democracia, claro está. ¿Cuál es el mensaje que queda para Leopoldo Fernández, ex prefecto de Pando y autor intelectual y material de la masacre de El Porvenir? Ya no prefectos pero si gobernadores, pueden organizar bandas paramilitares e instruir que disparen a matar contra manifestaciones contrarias, sin importar las bajas que ocasionen. Es más, cuanto mayor sea el número de víctimas, mayor será la lección de escarmiento a los contestones…

En esa línea de conducta, queda clara la intención aquella de aprobar un decreto que establecía absoluta impunidad a los militares y policías que cometieran excesos en su celosa tarea de defensa de valores “occidentales y cristianos”, pisoteados, según los ideólogos del golpe de Estado, por una “dictadura” elegida por más de la mitad de los votos ciudadanos y vuelta reelegir por idéntica mayoría, hace no más de dos meses atrás. Impunidad para el libre ejercicio de la violencia sobre los pobres, los desposeídos, los nadie.

Hoy, doña Impunidad amenaza con obtener su carta de ciudadanía, gracias a la pertinaz negligencia culposa de la Justicia boliviana. Los masacradores de Senkata y Sacaba deben sentirse confiados de su suerte; al fin y al cabo, a quien podría importarle la muerte de unas decenas de Quispes y Mamanis, o sea, de “salvajes”, como buenamente los llamó la presidente de facto. Aquellos policías y gendarmes que se extralimitaron con los presos políticos que llenaron rápidamente las cárceles en este nefasto año de gobierno autoproclamado, “motines” que se apropiaron de bienes de los detenidos, que se llenaron los bolsillos con las coimas para permitir que los familiares visitaran y entregaran ropa y enseres a los detenidos, que dieron golpizas por gusto y otras crueldades, seguramente alegarán “obediencia debida” para que la justicia mire para otro lado.

Sólo un acto de justicia, que comienza con conocer la verdad de lo acaecido en un Informe Nacional sobre la Violación de Derechos Humanos individuales y colectivos durante ese interregno, podrá enderezar el entuerto y ponerle freno a la impunidad, a pesar de los pesares y de los Donald Trump originales y criollos.

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