La impunidad es el permiso escrito para la comisión de cualquier delito. Si ésta, como señal, se la lanza a través del mundo, aquellos que por encargo se dedican a matar, sentirán que su “profesión” es tan noble como las acciones de la Madre Teresa. Creerán y se auto convencerán de que los perpetran en nombre de ideales y en la lucha “por la democracia”, puesto que, por todos los confines de nuestro planeta, las masacres y asesinatos de inocentes, siempre se realizan en defensa de un mundo que dice ser libre. Es más aún, en esta siempre hipócrita alquimia de las palabras, los asesinos a sueldo han dejado de llamarse mercenarios, es decir, personas que por estipendio sirven en la guerra a un poder extranjero, para ser ahora considerados “contratistas”…
Acaba de ocurrir lo execrable en Estados Unidos. Vísperas de marcharse con más pena que gloria de la Presidencia de ese país, con pataleos de última hora incluidos, don Donald Trump ha indultado a mercenarios norteamericanos que no combatían a otras tropas, sino que se dedicaron en Irak al asesinato de indefensos ciudadanos, entre ellos, mujeres y niños. A mansalva, a manera de entrenar la puntería; con la convicción de que aquellos seres que caían bajo las balas arteramente disparadas, no tenían familia, no tenían sentimientos, no tenían un futuro del que alegrarse, no tenían aspiraciones de vivir en libertad y disfrutar de la felicidad… en suma, no tenían derecho a la vida.
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