Derrota política de la derecha en Bolivia: una señal en el contexto internacional de reconfiguración geopolítica

Helena Argirakis Jordán1

INTRODUCCIÓN

3 LÍNEAS

Desde su sentir, ¿qué frase, imagen, música, sentimiento o símbolo expresa este momento para usted?

Una revista argentina de futbol, denominada El aguante: el pueblo boliviano tiene aguante, tiene capacidad de resiliencia, tiene sabiduría. En esa palabra símbolo de “el aguante”, se sintetiza el momento tan horroroso y funesto que hemos vivido, pero también se sintetizan las múltiples maneras de reinventarnos que tenemos en la sociedad boliviana, esa explosión de creatividad, de autoorganización y de sabiduría. “El aguante” denota una especie de luz al final del túnel, una mirada optimista que abre un futuro. Desde múltiples espacios y con la confluencia de diferentes actores se ha generado, de manera creativa e innovadora, ese aguante que interpela y que, finalmente, posibilitó una derrota absoluta de la derecha fascista en el país.

Proceso y resultados electorales

Hasta el último momento estaba latente la posibilidad de la segunda vuelta, y parece que a todos nos ha sorprendido el resultado. Una de estas sorpresas tiene que ver con el apoyo del 55 % al MAS, frente a un 29 % de votos para Comunidad Ciudadana. ¿Qué cree que ha movido al electorado para emitir su voto en este sentido?

Un conjunto de factores, internos y externos, generaron este resultado. El antecedente inmediato son las elecciones de 2019; el componente interno tiene que ver con la insistencia de repostulación del entonces presidente Evo. Ahora, hay un dato concreto en el que se evidencia que, a pesar de la intensa crítica sobre esta repostulación, en 2019 el MAS logró entre el 45 al 47 % de votos. Ese respaldo electoral dio pie a la construcción de una narrativa de fraude —nunca probado— que generó una serie de consecuencias, que decantaron en el golpe de Estado. Para mí, ese 45-47 % constituye un piso, una base, pero para ellos (la oposición) constituye un techo o un tope. Ese resultado refleja un voto muy fuerte, cohesionado y militante que, a pesar de una serie de críticas y situaciones internas del MAS, las derechas consideraron que este no superaría esa barrera del 45-47%. La segunda hipótesis es que, al no comprender la composición y el funcionamiento del Pacto de Unidad y del conglomerado de movimientos sociales que conforman el Instrumento,2 la derecha, en una mala interpretación, creyó que apartando a Evo Morales de la política y proscribiéndolo de la cúpula del MAS destruirían el Instrumento y lo dispersarían.

Ahí hicieron dos malos cálculos —¡pésimos cálculos!—, por el desconocimiento de, en primer lugar, el tejido social boliviano, de la estructura organizativa, de la estructura corporativa, y, en segundo lugar, un desconocimiento absoluto de cómo funciona el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos del MAS, que tiene autonomía de acción y una estructura horizontal, no se basa en una lógica vertical como un partido político clásico. Pienso que este fue uno de los factores de oxigenación, además de los factores vinculados a la gestión del régimen de facto de Jeanine Áñez: el pésimo manejo de la pandemia y la pésima gestión económica, además de una política de represión, de amedrentamiento, de amenaza y de judicialización de la política. Este acumulado de factores generó este porcentaje del 55 % de votos en favor del MAS, lo cual superó la expectativa hasta del analista más optimista.

Entonces, ese 10 %, entre el 45-47 % y el 55%, muestra un proceso de reagrupación resiliente, de reinvención de la política desde lugares creativos de resistencia3 ciudadano-popular, o sea, resiliencia nacional popular con estrategias desde diferentes ámbitos de la sociedad civil. Se veían espacios creativos de interpelación y crítica de ciertos sectores de clase media que habían estado muy callados, muy silenciosos en determinado momento y muy críticos en la última elección y que, frente a la gestión del gobierno de facto de Jeanine Áñez, fueron recobrando palabra y coordinación. La coordinación permanente con el movimiento campesino e indígena y la recuperación de la iniciativa política desde la calle, y la movilización de estos movimientos, organizaciones del Altiplano de finales de agosto y principios de septiembre, forzaron finalmente el acuerdo para convocar a las elecciones para el 18 de octubre. Ese momento fue un hito, fue una primera derrota política y el antecedente a la victoria electoral del 18 de octubre.

¿Cuál cree que ha sido el rol de Evo Morales? ¿Se ganó las elecciones por Evo o a pesar de Evo? ¿Cómo lo plantearía a la luz de estos resultados?

Evo Morales, indudablemente, es una figura fundamental para entender la política boliviana de los últimos 20 años. Él es parte constitutiva de la historia de la sociología política boliviana y su rol de articulador, ensamble, estratega, organizador es importante. Ahora, en esta segunda fase, hubo un esfuerzo grande de parte de las opciones de derecha de demonizar y cargar muchas tintas sobre la persona de Evo, al reducir e invisibilizar su rol histórico. Hubo una construcción política sistemática para destruir cualquier vestigio de autoridad y liderazgo político. Aunque Evo sigue jugando un rol importante, ya no como presidente, sino desde una lógica de articulación, cohesión y organización de los movimientos sociales que conforman el MAS.

No se puede prescindir de Evo, pero su rol tendrá que ser otro y dejar que estos nuevos conductores asuman el liderazgo y generen sus propias iniciativas, y él tomar un nuevo perfil, con un rol de asesoramiento y acompañamiento y no tanto de liderazgo, pues ya no es presidente del Estado. La fórmula: aprovechar la experiencia de Evo, sin que eso desborde, anule u opaque el nuevo gobierno de Lucho Arce y David Choquehuanca, ni se adueñe de este nuevo gobierno; ese es uno de los temas más complejos que les tocará abordar, incluso más que los desafíos con las derechas.

¿Qué lectura hace sobre la distancia de 25 puntos porcentuales entre las dos fuerzas políticas más votadas?

Ahí hubo una suerte de jubilación política de lo que se trataba de hacer: la estrategia de la derecha de que se bajen todas las candidaturas, para confluir en un frente único en torno a Mesa y, de esa manera, lograr una suerte de democracia pactada; ese es un fracaso de una forma de hacer política, basado en una lógica de una oligarquía paceña. Esto de reeditar una democracia pactada diferente a la de finales del siglo XX e inicios de este. La gente lo olfateó y vio que eso iba a generar un desastre en términos de gobernabilidad, con un gobierno débil, inestable y desprovisto de legitimidad. La fórmula política que argumentaban era de estrategia electoral, de bloqueo al MAS; sin embargo, no era un proyecto político de país ni de construcción de gobernabilidad.

La sociedad civil leyó esta disyuntiva y eso le restó posibilidad a Carlos Mesa, pues veía que era un gobierno inestable, débil e hipotecado desde el momento electoral. Se trata de una fórmula muy gringa, de una lectura yanqui de cómo se hace política en Sudamérica: fórmula electoralista, de marketing de resultado electoral, sin conocer la estructura social corporativa de la configuración de la sociedad boliviana, lo que llevó a un porcentaje menor al que daban las encuestas.

Al percibir todo esto, la gente prefirió generar una apuesta más bien a los extremos. Ahí, de cierta manera, veo un poco más de legitimidad en la propuesta de Luis Fernando Camacho de mantenerse en su posición extremista y radical, y, por otro lado, la contundencia del resultado del MAS. Para mí, el gran derrotado de esta elección es Carlos Mesa de CC (Comunidad Ciudadana); esa lógica de la oligarquía paceña, esa viveza criolla de decir “todos bájense y agrúpense en torno a mí” sin ninguna propuesta, sin posibilidad de hacer política ni reproducir un proyecto país, solamente con la propuesta de bloquear al MAS. En Bolivia la sociedad es altamente politizada y la gente no es burra, ve a una legua de distancia las intenciones y la doble agenda. Yo entiendo que el resultado es producto de esa sabiduría colectiva.

Para mí, este es un error y falla de lectura política grosera y vergonzosa, ¡vergonzante! Una derrota contundente no solamente en el campo electoral, sino una derrota política, por eso les ha dolido tanto, es una derrota y una jubilación. Este señor —Carlos Mesa— pidió sin dar absolutamente nada a cambio, y así no se construye. La política debe reproducir espacios de confluencia, creación, multiplicación de lo público y, más bien, este señor devaluaba aquello. La propia derecha también se tiene que reinventar. Esto tiene que suscitar reflexión interna y tienen que jubilar esta idea muy yanqui de generar el frente único, al estilo venezolano. En Bolivia no se ganan elecciones con fórmulas de marketing político, con confabulaciones a nivel de cúpula, tienen que salir a la calle y empezar a hacer política con la gente, desde abajo. Esa fue la gran derrota política para Comunidad Ciudadana con ese porcentaje.

A la luz de lo que fue este proceso electoral y de los resultados obtenidos, ¿qué se puede decir sobre la configuración política de la derecha en Bolivia?

Hay varios niveles de lectura. El primero es el lanzamiento de la candidatura de Jeanine Áñez. Con el lanzamiento de su candidatura, su gobierno dejó de ser de transición, y evidenció su prorroguismo y la ausencia de una transición democrática, legal y legítima. Pero, en ese afán de prorroguismo, les vino el desgaste de la pandemia, el desgaste económico y social (por represión y criminalización); mientras más se prorrogaba el gobierno de facto, más oxígeno y posibilidades le daban a la articulación del MAS.

En ese entendido, la postulación de Áñez y Tuto parecen haber sido adrede para lograr esta suerte de estrategia de embudo, pensando que todos iban a declinar su candidatura y que los votos mecánicamente se trasladarían a Carlos Mesa; pero eso no funcionó por la heterogeneidad de la propia derecha. Ahí, el que patea el tablero y evidencia esta mentira colectiva sobre la cual trataba de articularse la derecha es, precisamente, Fernando Camacho. Con el paro de 21 días comienza a construir capital político y desmorona la estrategia inicial de la derecha, en castigo alejan a Camacho del gobierno, y este comienza su carrera y ascenso político. La diferencia entre Fernando Camacho y Tuto Quiroga o Carlos Mesa es que Camacho comienza a articular una visión radical extrema, pero con base territorial, a partir del territorio cruceño, y desde ahí inicia un proyecto político hacia lo nacional.

Ahora, a mi criterio, siendo un actor político nuevo, Camacho hizo una gestión política extraordinaria, considerando los cuatro senadores logrados. No obstante, su proyección nacional, el patear el tablero a las derechas permite a Camacho constituirse como único dueño, amo y señor en la política interna cruceña, y jubilar de un plumazo al gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, y a los demócratas, que, hasta entonces, habrían sostenido una política departamental de cohabitación y una suerte de cogobierno con el MAS. Es bastante hábil la movida política que hace Camacho: no declina su candidatura, la sostiene, hace una apuesta territorial e irradia desde Santa Cruz un proyecto político con vistas a incidir en lo nacional. Ese es un escenario prospectivo al que habrá que hacerle seguimiento.

Con todo esto, ¿cómo quedaría la correlación de fuerzas y dónde estarán puestas las tensiones, tanto a nivel nacional como a nivel regional/departamental?

En los últimos 15 años vimos una serie de polarizaciones en Occidente; ahora, con la incursión de Camacho, veo que esa polarización se está replicando en Oriente con una peligrosa proyección de fractura social en Santa Cruz. Hubo un vaciamiento del centro, pues los demócratas ejercían una derecha moderada con contrapeso territorial a la figura del gobierno dominante del MAS en el ámbito nacional; una suerte de contención regional, un límite. Ahora en Santa Cruz hay una disputa no solamente con el MAS sino intraelitaria, hay una triple polarización y una devaluación del espacio de intercambio político.

Con la propuesta radical de un gobierno militar-constitucional, hay un vaciamiento de posibilidades de diálogo y escucha; la polarización está llegando a umbrales peligrosos. El regionalismo, la discriminación y la xenofobia no son algo nuevo, pero no se había escuchado desde la dictadura de Hugo Banzer (1971-1978) hacer un llamamiento abierto para que los militares tomaran el gobierno. Esa tendencia que aflora nuevamente excede los límites de la democracia y la política institucional, y denota un giro fascista, ultraderechista; en este caso, es un llamado abierto a la sedición. En los mensajes de Camacho hay una suerte de amenaza que desborda las instancias de control y fiscalización de la oposición. Ahora, creo que esta tendencia, en poco tiempo, caerá por agotamiento. Eso es prácticamente insostenible, pues, cuando se agotan los espacios de la política y se introducen los ámbitos militar y castrense, queda poco margen de actuación y hay que replegarse, so riesgo de generar enfrentamiento de la sociedad civil. Fernando Camacho es un actor muy irresponsable y arriesgado que lleva las cosas al límite, se está abriendo frentes internos y externos.

Del lado del gobierno del MAS, la tensión está en cómo se administra la complejidad y conglomerado de movimientos y actores del propio Instrumento, y cómo se manejará el desborde de demandas y de cuotas de poder. Así como hay carencia de representación en la derecha, del otro lado hay este conglomerado de actores y representaciones. El desafío es llegar a un equilibrio en la participación de ese conglomerado de actores. Estos me parecen los temas que pesan más en la agenda política inmediata, una vez que comience la reactivación económica, que está en primer lugar.

A la luz de los resultados electorales, ¿cómo se puede leer el mensaje que el país le está dando al MAS con este apoyo mayoritario?, ¿qué cree que le está diciendo el país y el electorado al MAS? y ¿qué no se tendría que pasar por alto a quienes van a administrar la cosa pública?

Lo primero es que estamos en un nuevo ciclo y, por tanto, tiene que haber un profundo proceso de introspección, análisis y crítica; anotar los errores, los fracasos, los temas que no fueron lo suficientemente abordados, lo que funcionó y lo que no. Se requiere otro tipo de relacionamiento en el Oriente, no vía la clase dominante cruceña, sino articulando otro tipo de relación con indígenas de tierras bajas; que no se instrumentalice ni se trate de cooptar estas organizaciones como apéndices del MAS, sino que se actúe con respeto, con una lógica de intercambio, construyendo colectivamente una agenda común. Esa es una deuda del MAS respecto al primer ciclo. En otras palabras, volver a mirar lo que fue el gran horizonte del proceso de cambio, el horizonte del vivir bien que, por una lógica de pactos y cogobierno, por la agenda de empresarios y cooperativas mineras (como la ampliación de la frontera agrícola y el uso de transgénicos) se abandonó el horizonte del vivir bien.

Otra deuda pendiente tiene que ver con las cosmogonías de tierras bajas, es necesario que en este nuevo ciclo se incorporen a la mirada de plurinacionalidad sus formas de vivir bien (de los Andes, del Chaco y la Amazonía). Ahí veo una segunda oportunidad, aunque creo que el periodo de gracia durará muy poco; en las señales de reactivación económica se verán los indicios y las posibilidades. No obstante, hay esperanza, hay una mirada muy fuerte en la destreza técnica del presidente Arce, y una mirada sobre el vicepresidente Choquehuanca y su rol articulador entre tierras bajas y tierras altas. Hay una mirada de cómo queremos que se gestione la económica y cómo queremos que se articule Bolivia hacia el futuro. Eso tiene que ver con bosque, agua, tierra, territorio; tiene que ver con el litio y la relación del resto del país con el Occidente; tiene que ver con un tratamiento más respetuoso y horizontal. Además, tiene que ver con un balance de los errores, con el entorno y con las llamadas “roscas” que hubo en su momento, así como con las señales que dé este nuevo gobierno con su primer gabinete. Hay la legitimidad de dar un golpe de timón; ahora, habrá que ver la fortaleza del gobierno para hacerlo y si se animará a hacerlo.

Perspectiva histórica (pasado-presente-futuro)

¿Qué está significando en la historia del país —más allá del proceso electoral— lo que se ha desencadenado en el último año?

Considero que los eventos políticos en Bolivia no son azar ni casualidad sino una respuesta directa a la reconfiguración del escenario internacional. En ese entendido, la derrota estadounidense en el Cercano y Medio Oriente, más la reemergencia de actores mundiales como China y la Federación Rusa, configura un contexto de disputa internacional con un replanteo geopolítico en el mundo. Esto significa el retorno muy agresivo de Estados Unidos a la región sudamericana, para reclamar control sobre este espacio geopolítico.

Para mí no hubo un agotamiento del ciclo del socializamos del siglo XXI sino una abierta conspiración mediante el neogolpismo y lo que, en doctrina militar, se denomina “guerra híbrida”: desestabilizar gobiernos de tinte nacional popular, con control de su economía y de sus recursos naturales, al redistribuir su excedente hacia su propia sociedad, para que el capitalismo mundial no capture este excedente hacia los centros capitalistas mundiales. Entonces, hay un intento de recobrar control geopolítico a partir de la guerra híbrida, utilizando el neogolpismo, es decir los golpes blandos o golpes suaves, lo conocido como la revolución de colores; básicamente eso ocurrió acá en Bolivia durante los 21 días de paro. Lo que se llamó “revolución de las pititas” fue, en realidad, un golpe blando, antesala para un endurecimiento posterior, preludio a un golpe de Estado clásico. Aunque, en este caso, a diferencia de los golpes de los sesenta y los setenta, donde el factor militar usaba la fuerza, este golpe fue por omisión: las Fuerzas Armada, en lugar de defender y precautelar el gobierno legalmente constituido de Evo, generó una ruptura de la subordinación y lealtad institucional, dejando un vacío que, prácticamente, obligó al presidente Evo a renunciar.

Ahora, por una capacidad de aguante y de resiliencia de la sociedad boliviana, se pudo derrotar un golpe de Estado por la vía electoral, dejando sin argumento a los golpistas más que el volver a recurrir al factor militar. La derrota electoral de la derecha y del golpismo no es un evento menor, porque reconfigura y resetea el continente. Quizá estamos posibilitando el replanteamiento de un nuevo ciclo, aunque las derechas no están yendo por la vía democrática sino conspirativa, lo que se torna peligroso.

Como escenario prospectivo, veo que las elecciones municipales y departamentales serán escenarios propicios para el neogolpismo desde la región. Volcarán la estrategia del foquismo hacia la interpelación de un gobierno de corte nacional popular, usarán foquismo golpista para tratar de derrotar al gobierno del presidente Arce. Frente a estas situaciones de foquismo golpista debe haber una capacidad de respuesta política desde lo local; esta es una tarea que el MAS no permitió que se hiciera, por ejemplo, nunca se dejó que florezca un MAS cruceño, un MAS con características cruceñas.

La sociedad tiene lugares muy interesantes, pero creo que, sobre todo, hay que retomar la territorialidad. Es un falso discurso y una trampa creer que lo virtual, las redes, son el lugar desde donde se construye la política, cuando, en este país, la política se construye en la calle; las victorias se ganan en los territorios, en los espacios públicos, porque la gente tiene un alto nivel de organicidad y sociabilidad. Esto hay que volver a revisar y actualizar, para creer nuevamente en ese conglomerado de organizaciones, en esa red de redes que en su momento fue el pacto de unidad; aunque el pacto de unidad no es el único ni exclusivo. Hay múltiples redes que hermanar, redes urbanas, rurales, temáticas territoriales, que tienen que ver con género, medioambiente, animales, identidades sexuales, etc. Es necesario este repaso a las nuevas territorialidades que se fueron reinventando y que el gobierno del MAS no lo tomó en cuanta por su afán de centralismo democrático que lo entiendo, pues desde una gestión de Estado se requiere tener control e incidencia, pero también creo que hay que encontrar un equilibrio justo: hasta dónde se centraliza y hasta dónde se suelta, permitiendo oxígeno.

Si es cierta mi hipótesis del foquismo golpista, esto no se podrá administrar desde una lógica vertical sino horizontal. En ese entendido, es importante dar a las regiones autonomía en la capacidad de organización y toma de decisiones, con flexibilidad de coordinación y trabajando con el ritmo que vaya marcando la agenda local, regional. La impronta del próximo año será la capacidad de ensamblar. Ahí Evo Morales juega un rol importante, pero no es el único; el equilibrio sería ensamblar sin monopolizar.

Fundación Rosa Luxemburg

La Paz, 22 de octubre de 2020

1 Helena Argirakis Jordán, boliviana residente en Santa Cruz, es politóloga e internacionalista, ejerce como docente universitaria, investigadora y analista política.

2 En 1997 se fundó el partido político denominado Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP), mediante la alianza de organizaciones sociales de base y movimientos indigenistas. Desde entonces, el líder cocalero Evo Morales Ayma funge como líder del partido.

3 La entrevistada aclara que ya no le gusta emplear esa palabra porque hubo un vaciamiento del concepto y una apropiación por parte del grupo paramilitar cochabambino denominado Resistencia Juvenil Cochala.

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